Para un teatro épico
Es relativamente fácil extraer un ejemplo pedagógico del teatro llamado épico. Elijo habitualmente un incidente que se desarrollaría en cualquier esquina; el testigo ocular de un accidente de tránsito explica a los curiosos cómo se ha producido este. Las personas a quienes se dirige pueden no haber visto el accidente o asimismo no compartir la opinión del narrador, ver las cosas en forma diferente. Lo esencial es que el narrador mime o relate la actitud del conductor del vehículo o de la víctima del accidente imaginario de tal manera que el público presente pueda formarse un juicio. A pesar de las apariencias esta forma de teatro puede revelarse en el detalle, más rica, compleja y evolucionada que las formas conocidas, sin contener sin embargo ningún otro elemento fundamental. El acontecimiento que forma la acción en el ejemplo propuesto no posee en sí ninguna de las virtudes reconocidas a la forma auténtica. El narrador ni siquiera tiene necesidad de ser un artista. Suponiendo que no sea capaz de ejecutar el gesto del accidentado con la misma rapidez que este, basta con que lo sugiera con sus explicaciones precisando que la víctima se ha desplazado tres veces más rápido que él. Su demostración perdería en eficacia si las personas presentes notaran su esfuerzo para encarnar a la víctima o al conductor. Debe evitar la creación del encantamiento, y el atraer a sus auditores hacia esferas superiores. No necesita capacidad de sugestión.
Es necesario que desaparezca uno de los principios del teatro tradicional: la ilusión.
BERTOLT BRECHT
Cuadernos de arte dramático
Editorial Raigal