El Marqués de Bradomín
-¿Será preciso amputar el brazo?
El médico y la monja se miraron. Leí en sus ojos la sentencia, y solo pensé en la actitud que a lo adelante debía adoptar con las mujeres para hacer poética mi manquedad. ¡Quiénla hubiera alcanzado en la más alta ocasión que vieron los siglos! Yo confieso que entonces más envidiaba aquella gloria al divino soldado, que la gloria de haber escrito el Quijote. Mientras cavilaba estas locuras volvió el médico a descubrirme el brazo y acabó declarando que la gangrena no consentía esperas. Sor Simona le llamó con un gesto, y apartados en un extremo de la estancia, los vi conferenciar en secreto. Después la monja volvió a mi cabecera:
-Hay que tener ánimo, Márqués.
-Lo tengo, Sor Simona. Y volvió a repetir la buenaMadre:
-¡Mucho ánimo! La miré fijamente, y le dije:
-Pobre Sor Simona no sabe cómo anunciármelo. La monja guardó silencio y la vaga esperanza que yo había conservado hasta entonces huyó como un pájaro que vuela en el crepúsculo. Yo sentí que era mi alma como viejo nido abandonado.
RAMÓN MARÍA DEL VALLE INCLÁN
Sonata de invierno
Espasa Calpe